Escrito por Juan Camilo Moreno
“Du Rififi, Chez les Hommes” se sitúa entre las películas del cine negro más reconocidas de la historia. Tiene todo para serlo. La historia de su director –Jules Dassin, un hombre perseguido por la caza de brujas comunista en los EEUU-, el libro en el que se basa la película –los bajos fondos en París, con necrofilia y Argelinos vándalos-, la historia de su producción –un bajísimo presupuesto, filmada únicamente en los días más grises que París pudiera ofrecer-, su magnífica y cuidada puesta en escena y, como lo señalan los argentinos Fabio Manes y F. Martín Peña (del programa televisivo Filmoteca), el ser una película que no ha sido inspirada en la realidad, sino que ha inspirado a la realidad. Numerosos robos se han planeado y perpetuado a partir del ilustrado y magnífico robo perfecto que Tony le Stéphanois y sus colegas ejecutan en una joyería del París de la década del 50.
El tono de la película es siempre gris. Tony es un hombre alto, ojeroso, que se le ve cansado. Ha salido de la cárcel y no tiene ningún plan. Derrocha su poco dinero en el póker, busca a su antigua amante que ya está liada con otro capo. La oportunidad se presenta y por qué no. El mayor robo en la historia de Francia. 240 millones. Rápidamente se reúnen todos los colegas, el grupo perfecto para el robo. Se estudian los horarios, las posibilidades, el protocolo, todo. El plan es impecable, meticuloso, preciso, infalible. Entre la banda existe un gran ambiente: optimismo, baile, risas, trabajo. Aflora una gran excusa para vivir. No existe ninguna sospecha de traición, todos son una familia. Me gusta cuando todos sentados a la mesa hablan de qué harán con el dinero cuando lo hayan conseguido. Ninguno tiene objetivos muy claros, grandes aspiraciones. Para el hijo, para las hermanas…Tony ni siquiera se lo ha pensado.
Y es que Tony es un personaje solitario. Por más de que tenga a sus amigos, a su ahijado, y a viejos conocidos, está solo. Se tiene por paradigma que el protagonista del cine negro es un galán, tiene un atractivo sexual irresistible, su don de palabra encanta y confunde, y siempre está acompañado de una mujer, femme fatal o no, pero acompañado. Hay amor, traición, odio, pero la mujer está ahí, y el personaje se mueve fuertemente por esas corrientes de amor. En este caso la mujer existe, la vieja amante de Tony, y claro que Tony va y la busca, y le pega, la interroga, la acusa, pero no existe amor entre ellos, sólo una vieja relación y un amargo resentimiento entre ellos; resentimiento que desencadena en que Tony quiera volver al hampa. La vieja amante de Tony –Mado es su nombre- juega un sutil papel en cómo se desenvuelven los acontecimientos antes y después del robo. Eso sí, queda una desazón, una amargura y un silencio por la relación entre Tony y Mado. No se me ocurre que Tony pueda ofrecerle una nueva vida a Mado con el dinero del robo, ni que Mado vaya a buscarlo a él prometiéndole un nuevo futuro. Creo que las cosas entre ambos están terminadas, y eso significa para mí una profunda soledad en Tony, tanto que el dinero del robo no es un fin para él. Simplemente planearlo, ejecutarlo, ya con eso es suficiente, ser fiel a sus colegas e ir hasta las últimas consecuencias con ellos. Esa es la vida de Tony, no el amor.
Imposible no referirse a las gran escena del robo que sobrepasa los 30 minutos sin un solo diálogo. Qué maestría! Creo que el gran acierto de esta escena es hacernos partícipes y cómplices del asunto. Tomarse el tiempo justo de quitar un tapete, de levantar un piano, de empezar a picar el suelo, de taladrar la caja fuerte, de cada detalle, planeado y ejecutado con pasión, paciencia y miedo. Esta escena me recuerda a una de las mejores películas que he visto, “La Evasión” del director Jacques Becker, en la que un grupo de reos planean su fuga de la cárcel. Esta película es tan efectiva al mostrarnos lo duro que hay que martillar, lo que toma abrir un hueco, el sudor y la fuerza que cada uno debe entregar por su empresa. Acá en Rififi, en medio del silencio de la madrugada, mientras las horas pasan, la banda ejecuta su robo con la total satisfacción del espectador. Sí que se lo merecían.
De parte nuestra, sentimos simpatía por cada uno de los integrantes de la banda. Hombres felices, entregados a sus familias, leales. El cine negro de alguna manera abrió esa brecha entre lo bueno y lo malo, en que para ser bueno no hay que estar necesariamente del lado de los policías y de los señores de corbata. Qué pena nos da que sin querer, llevado por el amor, César el Milanés (interpretado por el mismo Jules Dassin en una alegoría a su propia relación con los EEUU y la caza de brujas), delate el robo ante una banda enemiga y aprovechada, y qué pena que deba ser ajusticiado porque así son las reglas.
El poderoso final de la película, en un montaje frenético de Tony manejando su auto junto a un maletín con 240 millones de francos y su ahijado disfrazado de cowboy echando tiros imaginarios por las calles de París, se graba en mi memoria tal como Rififi, su canción, su robo, su maestría, sus personajes que trágicamente estaban ya condenados a que algo saliera mal y llovieran los tiros y las amenazas.